Una de las maneras más diestras en que el cansado hombre de negocios o el ejecutivo, la madre o la esposa frustrada, el hombre o la mujer jóvenes confundidos pueden encontrar integración e integridad para sí mismos, es desarrollando la disciplina de ser capaces de dirigir sus emociones para que sean lo que ellos quieren que sean. Semejante disciplina cambiará completamente su aspecto, porque entonces harán frente a la vida con gozosa expectación, no con insatisfacción.
Por ejemplo, si es Amor por alguien lo que deseáis expresar, cuidaos de ese Amor que es egoísta, que exige al ser amado las expectativas de vuestra propia mente y vuestro propio corazón sin entender la prodigalidad del Amor. Para amar como Dios ama, primero tenéis que dar libertad a todas las partes de la vida, incluyéndoos a vosotros mismos y luego colocar vuestra confianza, como un pajarillo que anida, en el corazón de Dios, en el corazón de la bondad y la misericordia.
Habiendo dado todo, recibiréis entonces los dones de Dios más gozosos, eternos, que hayáis imaginado –y algunos mucho más allá de lo que podéis imaginar. Éstos no vendrán sólo a través del cáliz de vuestro propio corazón, sino también a través del corazón de vuestros semejantes. Si, pues, deseáis amar verdaderamente, debéis aprender a disciplinar las emociones inferiores: egoísmo, envidia, celos, resentimientos, testarudez e ingratitud.
Instamos, por ello, en este punto de nuestros estudios alquímicos, a meditar en el control de las emociones, pues las emociones van a desempeñar un papel muy importante en la acción de la nube creadora, que ahora estamos considerando y a partir de la cual estamos operando.
La única forma de ser verdaderamente feliz es darse totalmente al universo ya Dios, estando al mismo tiempo conscientes de nuestro propio Yo Real, y esperándolo como regalo de retribución de Dios. Uno de los mayores peligros en la búsqueda religiosa se presenta cuando los hombres se entregan a Dios creyendo que es todo lo que hay que hacer. No habiendo comprendido la responsabilidad del libre albedrío, desempeñaron el papel del bobo confundido. Al carecer de voluntad propia, van de aquí para allá, por donde sopla el viento, obsesionados con lo que llamaremos la ley de la incertidumbre. “Porque si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se apercibirá a la batalla?”.
Es necesario que los hombres comprendan que, aunque su entrega a Dios sea completa, después de la entrega tienen que esperar el fíat del don pronunciado por la Presencia Divina como la reformulación de la bendición dada por Dios al nacimiento de Su progenie: “Tú eres mi Hijo amado; hoy yo te he entregado”.
Esto tiene lugar como uno ha entregado el control de sus cuatro cuerpos inferiores a su Yo Crístico, permitiendo así a su Yo Verdadero, el Cristo, obedecer el fíat “¡Señoread la Tierra!” –siendo la Tierra aquí nuestro propio reino de escabel, los cuatro cuerpos inferiores.
Recordad que aun Jesús el Cristo llegó al momento de la unción.
El Espíritu Santo descendió y la voz de Dios renovó el antiguo pacto “Éste es mi hijo amado, en el cual me complazco”. Este es el eterno fíat de la creación, pronunciando desde ña fundación del mundo, que reconsagra al alma que ha prometido renovar, en servicio, el voto que pronunció en niveles internos de hacer la voluntad de Dios.
Por consiguiente, cuando el derecho del hombre de fungir como hijo de Dios se restablece, el momento de creatividad nace, puesto que una vez más ha reconocido el poder del Amor de Dios para perdonar sus pecados (de hacer a un lado su karma hasta el momento en que haya adquirido la suficiente maestría de sí para erguirse, enfrentar y conquistar sus creaciones humanas). Ahora el vínculo de la vida dentro de sí lo une con los más elevados propósitos de la alquimia, y esto, mirad bien, sin despojarlo de su verdadera identidad.
¿Qué provecho saca un hombre si se gana el mundo entero gracias al uso de la alquimia pero pierde su alma?
Pedimos a los estudiantes que comprendan que alcanzar el control del alma (de las energías que componen el propio patrón de identidad), es una de las funciones más esenciales de la alquimia, y que este control se alcanza por la renuncia y la humildad. Cuando el Cristo entró en la Ciudad Sagrada montando en “una mula, el potrillo de un asno”, como mencionamos en nuestra lección anterior, su aspecto era de entera humildad; y, sin embargo, Dios y el hombre lo habían coronado con los más altos honores.
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