PARA PENETRAR LA MATERIA
Antes de que empecemos a instruir al alquimista en métodos más avanzados para producir los aparentes milagros del Amor manifiestos exactamente delante de sus ojos, el deber nos compele a hacer más exhortaciones, calculadas para impedir que se extienda el peligro que representa el mal uso de poderes superiores. ¿Qué pensáis que el Jardín del Edén revela al hombre si no su desobediencia a los mandatos divinos y su mal uso del poder sagrado?
Consideraremos, entonces, la solidez de la sustancia. La Materia, que al ojo parece tan dura, en realidad está compuesta de las energías del Espíritu en rápida rotación. Cuando la Mente Superior examina la naturaleza del Espíritu y da a conocer sus hallazgos a la mente del hombre, él se ve imbuido de lo que llamaremos su primera percepción del potencial del yo para penetrar la Materia.
La Materia deja de ser sólida, y se somete a los dedos inquisidores de su mente y su espíritu. Su densidad la puede calcular y penetrar el yo; y con la velocidad de la luz, la conciencia puede alcanzar y traspasar la sustancia densa tan fácilmente como un nadador corta el agua con sus brazos en movimiento.
Mientras más percibe el individuo el poder interno del yo para sentir los diversos matices de la realidad, más se amplían sus poderes. A estas alturas, el hombre astuto y pío percibe la necesidad de custodiar el camino del Árbol de la Vida. Al mirar a su alrededor el escenario del mundo, ve una mezcla de bien y de mal, y sabe de cierto que éstos no se pueden mezclar; pues en tanto que el blanco y el negro sí se pueden mezclar, su combinación dará siempre un tono gris.
Al tratar con el yo humano, el hombre se ha convencido, con el paso de los años, que esta mezcla del blanco y del negro es la verdadera naturaleza de los hombres. Es casi como si estuvieran estigmatizado e hipnotizado por el concepto de que el troquel del pecado, como el troquel fundido, es a su vez inmutable.
A la destrucción de este concepto erróneo dedico este capítulo. Mientras que las escrituras del mundo están llenas de advertencias en contra del pecado –y ciertamente que las riñas y la discordia del mundo dan testimonio del infierno diabólico que puede encenderse en la conciencia del hombre--, también hacen su aparición la gracia y la misericordia, así como la belleza, junto con la gran cantidad de magníficas cualidades de la naturaleza.
¿Cómo, pues, vamos a distinguir entre la oscuridad y la luz cuando toman forma en la conciencia mortal y se combinan en la manifestación?
Hay quienes arguyen que el fulgor del Absoluto carecería de definición sin los valores tonales que diluyen la luz pura en varios matices de gris e incluso de negro. Dicen que la oscuridad se necesita como medio de contraste para que la luz pueda aparecer.
Permitidme apresurarme a deciros que estos individuos todavía no tienen el conocimiento que la ley Kósmica les otorgaría; por consiguiente, dejadlos en paz hasta que sepan de qué hablan. Pues no han tomado en consideración la introducción del espectro de los colores y del surgimiento de los hermosos tonos pastel que operan radiantemente en el mundo Espiritual, sin necesitar jamás ni una sombra de gris o de negro para delinear las múltiples facetas de la conciencia de Dios. El negro es la ausencia de luz y de las características de coloración de la vida, en tanto que el blanco contiene todos los rayos del arco iris, como claramente muestra el prisma.
Dejadme decir, entonces, que dentro de los dominios de lo Absoluto, dentro de la bondad de Dios, dentro de Su poder de crear, yace un esquema cromático tan deslumbrante y tan espléndido que literalmente impulsa a la conciencia del hombre fuera de su casquillo mortal de vicisitudes. ¿Por qué, entonces, permanecen hombres y mujeres en las Troyas de los habitantes de la oscuridad? Yo digo que es por simple ignorancia y por la difusión aciaga de la sospecha y la duda.
Este recelo que hombres y mujeres tienen del mundo Espiritual, invisible pero omnipotente, es un fenómeno extraño, puesto que se los convence tan fácilmente de entregarse a la causa de la falta de fe. Sosteniendo que Dios no existe, y exponiendo y explayándose en sus dudas, no parecen darse cuenta de que las energías que usan, si las dirigieran de la manera correcta hacia una fe más elevada, producirían los milagros de la alquimia. Y estas manifestaciones tangibles del poder divino los convencerían totalmente de lo justo del plan y del ideal divino.
Siempre ha sido inconcebible para tanta gente sincera y religiosa que muchos sucumban, como Fausto a Mefistófeles, y vendan su alma a las fuerzas del nihilismo. Pero no es tan difícil de comprender si los hombres están dispuestos a reconocer que es posible que la fe y la duda vivan una al lado de otra en la conciencia del individuo.
La presencia de dos fuerzas que se oponen crea vacilación. Por ello, en momentos de fe, los individuos son capaces de creer en los poderes maravillosos de la naturaleza y de la alquimia; pero cuando permiten que en su conciencia se instalen proyecciones de dudas relativas a su propia realidad se ponen a justificar su conducta egoísta.
Por hábito utilizan los hombres las energías de dios para allegarse los elementos de la buena vida que desean. Al mismo tiempo, se complacen en impedir la manifestación del bien en las vidas de los inocentes y de aquellos que acaso sean mucho más virtuosos que ellos mismos.
De ahí que os prevengamos contra las degradaciones de la brujería y de la magia negra. Recordad que la meta de la alquimia espiritual es crear nobleza en el alma y virtud por doquier, particularmente en el reino del yo. Pues ¿cómo pueden los hombres extender a los límites de otras vidas aquello que no pueden manifestar en la propia?
En esto estriba el gran error del mago negro impaciente o del defensor de la brujería. No está dispuesto a esperar a que se manifieste su propia dedicación Espiritual ni a que se libere el hálitodivino a la cápsula de la identidad antes de ejercitar sus energías en beneficio del control del universo.
Ahora bien, este capítulo será el último que escriba en esta vena. En los próximos es mi intención entregar algunas llaves muy interesantes a los estudiantes de la luz. Pero la ley kósmica exige que explique yo que la luz siempre debe ser utilizada para producir la belleza ferviente de la dedicación a Dios, Amor a la humanidad y aquellas cualidades divinas que permiten al alma adherirse a los principios de la Gran Hermandad Blanca.
Una vez hecho esto, estamos seguros de que tendremos no sólo unos pocos estudiantes en nuestra clase sobre la ciencia de la alquimia –o ciencia del cambio milagroso, como nuestros estudiantes han llegado a llamarla--, sino muchos. Y a estos muchos también los prevendremos y pondremos sobre aviso contra el mal uso de la energía, de modo que todos sus esfuerzos serios confluyan con éxito en la realización del plan divino para la edad de oro venidera.
Sólo unos pocos están conscientes del enorme esfuerzo que se está realizando en los altos confines del cosmos para asistir a la humanidad en su despertar del letargo de su largo sueño en los dominios del ego humano –ese fantástico y complejo campo energético de la individualidad del cual puede nacer un Dios, y del cual pueden emerger también formas monstruosas de discordia y confusión –a los dominios del Yo Real, que lleva encerrados en su interior, esperando liberarlos, los más grandes secretos de todos los tiempos.
Hoy es el día del SEÑOR. Hoy es el día del Yo Divino. El tiempo no ha estropeado el poder de Aquel que dijo: “YO SOY el mismo ayer, hoy y para siempre”. Por lo tanto, tened la certeza de que recibiréis una calidad respuesta a aquellos esfuerzos que se realizan con esperanza, con fe y con caridad, porque los más grandes Maestros trabajan en este terreno.
Ser un adepto mortal, mover montañas por ambición y el engrandecimiento de la persona humana no significa nada. Porque aquel que dijo: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura”, sabía lo que decía.
Ahora mismo, este día, estáis en el umbral de la realización en vuestra vida, cuando os dais cuenta de la belleza de la nobleza, tan hábilmente expresada por Sir Galahad: “Mi fuerza es la fuerza de diez hombres, porque mi corazón es puro”.
Preparémonos para esa purea que precede a la más grande de las manifestaciones alquímicas.
Por vuestro avance y realización, quedo, Saint Germain.
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