lunes, 16 de abril de 2018

“¡CREAD!”

"¡CREAD!”

Cuando el Espíritu del Gran Alquimista insufló el soplo de la vida en las fosas nasales del hombre, el tabernáculo de barro se saturó del fuego del Espíritu creador. Un Dios en embrión había nacido.
Los aspectos prácticos de la alquimia se encuentran en manifestación sólo en quien ha desarrollado el poder de ejecutar los designios de la libertad. Ninguna cosa que ate es amiga del alquimista; sin embargo, la meta del alquimista es comprometer al alma para su cita inmortal, para que el pacto de la vida pueda ser santificado en el mismo momento en que el precioso don de la identidad individual es aceptado.
Ahora bien, la identidad del alquimista ha de encontrarse en el mandato “¡Cread!”. Y para que pueda obedecer, las ardientes energías de la Creación le son dispensadas a cada instante. Como cuentas de cristal que descienden por un hilo cristalino, las energías de la esencia creadora de la vida descienden hacia el cáliz de la conciencia. Sin detenerse ni aplazar su curso señalado, caen de continuo en el depósito del ser del hombre. Aquí, ellas crean una estructura para su fortuna o su desgracia, ya que cada ápice de la energía universal pasa a través del nexo registrador y se le imprime el fíat de la creación.
El fíat refleja el propósito de la voluntad de la mónada individual. Cuando se reprime el fíat, hay un desgaste innecesario de la gran caldera cósmica en el momento en que la capacidad del impulso, que desciende en forma de cáliz, es rechazada por la conciencia y se convierte en una oportunidad perdida. Allí donde no se imprime cualidad ni fíat de propósito, la energía conserva sólo la identificación divina del talento sin el sello de la individualización; y de esta manera cae dentro de los cofres que contienen los registros de la corriente de vida sin haber sido matizada en absoluto.
El proceso creador es, entonces, de muy poco significado para el individuo que no reconoce el mandato de crear, porque al no reconocerlo pierde el derecho a su prerrogativa divinamente otorgada. Como resultado de que el hombre desatendiera su responsabilidad, Dios emitió el fíat que está escrito en el Libro del Apocalipsis: “Ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá que fueses frío o caliente! Mas porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”.
El fíat de crear debe ser atendido, pero roguemos a Dios que los hombres atiendan bien la soberana responsabilidad que la Vida les ha dado de crear siguiendo el modelo de la simiente divina. Bien harían en emular a los antiguos dioses de la raza y a los sacerdotes reales de la orden de Melquisedec en sus empeños creadores, para que puedan transmitir a la cadena de energía de la vida ese aspecto peculiar y fascinante del genio cósmico que es la naturaleza el Dios eterno.
Mientras los individuos se permitan permanecer en un estado de temor constante, mientras se nieguen los grandes beneficios de la esperanza universal, mientras sigan dejando de lado el significado de la promesa “Su misericordia es para siempre”, continuarán en la ignorancia privándose de la bendición que rezuma del correcto ejercicio del privilegio espiritual.
Menospreciar el alma del hombre, hacerla caer en un sentido de pecado, de frustración y de autocrítica, es obra de los príncipes de las tinieblas. Pero la fortaleza de los hijos del cielo, de los Maestros Ascendidos y de los seres cósmicos consiste siempre en elevar esa suprema nobleza –que es tanto la textura como el contenido del ama– hacia tal prominencia en la vida del hombre que éste pueda escuchar la palabra dominante del Dios eterno en vibrantes tonos: “Tú eres mi hijo; hoy yo te he engendrado”.
El hombre debe establecer un pacto de confianza universal basado en su propio compromiso interno con la gracia de Dios, que no le va a prohibir ejercitar el poder de la Palabra viva para emular a los maestros, para emular al Único Hijo Engendrado del Padre, para emular al Espíritu de consuelo y de verdad. Y cuando lo haga, encontrará abriéndose a su conciencia un nuevo método de limpieza para su alma por el poder del Espíritu del SEÑOR. Entonces llegará a comprender el significado de la sentencia pronunciada hace mucho tiempo con respecto a Abraham: que la fe de Abraham “le fue imputada a justicia, y fue llamado Amigo de Dios”.
Y, así, “no con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho el SEÑOR de los ejércitos”, el hombre realiza la hazaña alquímica de transmutar los metales básicos de la conciencia humana en el oro de la iluminación crística. La fuerza humana y el poder humano nunca podrán transformar la oscuridad del hombre en luz, ni liberar a los hombres del sentido de la lucha que proscribe de su vida al reconocimiento del potencial divinamente otorgado que yace dentro de los dominios del yo.
Los victoriosos logros del Maestro Jesús, junto con las “mayores obras” que prometió a los discípulos del Cristo que éstos harían, “porque yo voy a mi Padre”, siguen siendo en esta era, como en eras pasadas, un fíat de liberación universal. De esta manera, las obras de los alquimistas del Espíritu llaman a señas al alma de los hombres para que abandonen sus actitudes de autocrítica, autocompasión, autonegación, autocomplacencia y sobrerreacción a los errores del pasado. Porque cuando los hombres aprendan a perdonar y olvidar sus propias faltas, su corazón se regocijará en la aceptación de la palabra que viene de las alturas: “Lo que Dios limpió, no lo llames tú común”.
Reconociendo, entonces, que el potencial de todo hombre depende de que se sumerja en la gran corriente de sonido insonoro de la energía lumínica viva que procede del corazón del Cristo Universal, declaramos: Que el poder del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos, ejerza sus poderosas presiones kósmicas sobre el alma del aspirante a alquimista hasta que del caldero ardiente emerja flexible, emblanquecido y puro en su deseo de obedecer el fíat del SEÑOR de crear, primero, un corazón limpio, y luego, de renovar en el ser un espíritu correcto.
Dios es un Espíritu; y como Alquimista Supremo que tiene el poder de obrar cambios en el Universo, tiene la capacidad de comunicar Su pasión por la libertad al alma de cualquier hombre que desee aceptarla. Suya es la pasión que produce en el hombre el milagro del desenvolvimiento a través de un sentido de lo real. Suya es la pasión que arrojará del templo a los cambistas y mercaderes que literalmente venderían el alma de los hombres en las plazas del mundo.
Nos interesa crear en el estudiante de alquimia una percepción consciente del poder que tiene el Espíritu para comunicar el efecto transmutador del Alquimista Universal a la vida y el ser de la humanidad encarnada. A través de esta percepción serán exaltados los hombres en una forma nunca experimentada antes, porque al fin habrán reconocido que dentro de ellos mismos yace, litralmente sepultada, la semilla kósmica clave del potencial universal.
Entonces, hacer resucitar el Espíritu del Alquimista Kósmico significa que debemos buscar antes de que encontremos, que debemos llamar antes de que la puerta se abra. Debemos, en el ritual de la verdadera fe, contentarnos por comprometernos con Aquel que es capaz de custodiar y de salvar como ninguno a los que creen en Sus múltiples propósitos. Éstos se centran en el único propósito de desplegar la conciencia de la piedra que desecharon los que edificaban, del Cristo que es la cabeza de todo hombre.
En el concepto de la vida abundante ha de encontrarse el principio radioactivo de la conciencia de Dios en expansión, de la que cualquier hombre puede beber sin privas a su hermano ni pizca de su legado. No es, así, necesario que los celos ni el sentido de lucha obren en la vida de los verdaderos alquimistas; y sabios son los que estén dispuestos a someterse a las presiones de la ley divina, que van a tratar de limpiarse de todos los hábitos impuros que provienen de la densidad mortal y de la duda y el miedo, la causa fundamental de que le hombre no cumpla su destino.
Quienes se atrevan a someterse a la voluntad de Dios llegarán al sitio donde su alma pueda al fin dar la bienvenida, cara a cara, al Espíritu vencedor que hace posible la transferencia de la conciencia del Gran Alquimista a la conciencia del alquimista inferior. Gracias a esta transferencia, la esperanza se amplía en el microcosmos del yo y se contempla el milagro de la crisálida que se abre. Entonces el alma, alimentándose de la Palabra viva que vibra en el interior, comprende al fin su razón de ser en el fíat de la luz “¡Cread!”.
Así, toca a cada vida crear en concordancia con las pautas elaboradas en los cielos. Para aquel que pueda producir el milagro de estas pautas en su vida, será posible que todas las cosas vengan por añadidura; porque, al buscar primero el reino de los cielos, la Tierra misma se pliega a su dominio.
En esta serie sobre alquimia intermedia, en el nombre de Dios Todopoderoso estoy creando en la conciencia de los discípulos que estudian con aplicación un espíritu de comunión interna. A través de este espíritu –foco de mi propia llama–, Dios el Altísimo y la jerarquía de la Luz van a concentrar, por el poder del Amor universal, dentro de la conciencia del estudiante, un clima que le permita alcanzar su justo lugar dentro del esquema divino. Entonces el reino florecerá y los hombres percibirán que no necesitan entablar luchas o tratar de obtener con medios violentos aquello que Dios siempre está listo para darles.
El miedo que persiste en los mundos de los hombres es a la oscuridad, mientras que la fe, la esperanza y la caridad son los grandes portadores triples de la luz que exaltan la Realidad y conducen a los hombres hacia la luz.

Listo para la acción quedo el Caballero Comendador, 
Saint Germain.