Reencarnación –
B. La Piedra Angular en el Arco del Ser
Al observar en el curso de una vida de comparativamente pocos años una serie de sucesos relacionados con su propia persona, es de lo más difícil para las personas de cualquier edad poder juzgar el mundo en que viven y la sociedad de la que han recibido perjuicios y beneficios y luego percibir los asuntos que conciernen al Espíritu y evaluarlos apropiadamente.
Se entiende y acepta correctamente su propia reencarnación, el individuo desarrolla un sentido Kósmico de continuidad del yo –pretérito, presente y futuro—y está mejor preparado para mirar, por debajo de los efectos superficiales de las circunstancias de hoy, las causas personales subyacentes que se remontan al polvo de los siglos.
Simplemente porque los hombres carecen del recuerdo consciente de una existencia previa, ello no niega la validez de esta Verdad. Muchos han experimentado la sensación súbita de haber hecho ya algo que están haciendo por primera vez en esta vida.
Otros recuerdan, en un destello de reconocimiento (déjà-vu), haber visto un rostro o un sitio con anterioridad. Luego, por supuesto, está el “Amor a primera vista”, que se explica por el reconocimiento de un alma encontrada en vidas pasadas o la percepción en niveles internos.
Muchos han observado con interés la incidencia del genio (que algunos llaman “don” o “talento”) en el arte, la música o la ciencia, u otras aptitudes que aparecen en una edad temprana, cosa que indica que el alma reanuda el hilo roto de la identidad. Los médicos modernos han observado la personalidad distintiva de los bebés ya el día de su nacimiento. Y recorren el mundo entero historias documentadas de personas que recuerdan escenas y experiencias vividas de una existencia anterior.
Justificadamente el hombre ha sido escéptico en ciertos casos, sin embargo, la Verdad se revela no como una seudociencia, sino como una ciencia misma del Ser sin fin. Imaginad cuán gloriosa, cuán llena de esperanza puede estar la vida para quienes contemplan delante de ellos no la muerte, sino la autotransformación como la alquimia del cambio positivo; para quienes ven en la ley de la reencarnación la oportunidad –para los que aprenden con lentitud y para los rebeldes—de recuperarse, con renovada dignidad, de la mácula de los errores, y lanzarse al fin por encima del mar astral de la identidad, el pantano personal de la mortalidad, hacia el amanecer de la esperanza eterna y el premio de la Vida victoriosa.
Un mundo fabricado para construir la plataforma de miles de millones de corrientes de vida, creadas como polillas destinadas a caer en la llama y consumirse, un mundo que es un caleidoscopio de escenas cambiantes e ideas que se amontonan, sin estabilidad, en un mar interminable de nebulosas que giran y gases que se arremolinan, no promete a los hijos del Sol otra cosa que comer, beber y pasarla bien, y morir como meros mortales.
¡Es asombroso que los hombres hayan aceptado siquiera una religión cuando un factor de la reencarnación es rechazado por las religiones y muchos de sus líderes! Sabed que fue por el hecho de sacar esta enseñanza de entre los llamados misterios de la Iglesia primitiva por lo que surgieron las graves distorsiones de la finalidad de la vida, tanto en la Iglesia como en el Estado, que han venido desafiando a la sociedad hasta el día de hoy.
Cuando la Sabiduría de Dios se imparte al hombre, éste toma conciencia del hecho de que la suma total de lo que es –le guste o no—es el resultado de sus propios actos. Y al instante percibe la necesidad, así como el Poder, de cambiar su modo de ser y de alinearse con la ley Kósmica.
La fe en Dios crece, pues la esperanza une sus manos a la fe; y la rectificación hoy de los errores personales del pasado se presenta como factible. El entendimiento de los errores actuales les revela que son el resultado de actos equivocados, de los errores humanos, más que de una deliberada resistencia a la Vida. Y hombres y mujeres son una vez más, habilitados para entrar en la corriente de la Vida y para participar en el drama Kósmico, donde la Sabiduría divina se presenta en una unión de dimensiones celestiales inimaginables.
Los cohetes más grandes, antiguos y modernos, tienen una plataforma o pista de lanzamiento desde donde se impulsan hacía los cielos. Lo mismo ocurre con los hombres y las mujeres en su búsqueda de la Verdad Kósmica. Desde la plataforma de la presente existencia deben buscar y encontrar los hilos de la luz Kósmica que los conducirán a la puerta de oro y más allá, hacía los reinos etéricos, donde la llama de la iluminación resplandece. Los buscadores, los que se afanan, a partir de la fuente de la Sabiduría y del estudio interno, deben aprender a ver a Dios en acción dentro de sí mismos y convocarlo a tomar el dominio de sus asuntos terrenos.
¡Cuán grande es el sufrimiento que han padecido los cristianos por la eliminación de este punto de la Verdad espiritual! Al negar la reencarnación le han negado a su alma la piedra en el arco del ser.
Sabed que hay ciertos puntos delicados de la ley Kósmica que en un sentido relativo no son tan importantes como éste. El hombre puede negar ciertas cosas sin verse muy perjudicado, pero negar la Verdad de la continuidad de su propio ser –la extensión de sus existencias anteriores y su glorioso destino futuro-- ¡es tanto como apartarse de la premisa básica de la Vida!
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